Café Yungueño

 

 

Caranavi huele a café, el mismo aroma que impregna los recuerdos de doña Virginia Pacheco viuda de Iturri: “Antes, una vez a la semana, en las casas se tostaba y se molía el café, y todo el pueblo olía a grano fresco ¡qué tal rico!”. Hoy, ese pueblo de colonos que abre las puertas al norte paceño se ha transformado en una ciudad pujante, con 50 mil habitantes y producción diversificada, pero aún el perfume dulce de café le da vida. “¡Que tal rico!”

El lema no es casual: la más joven provincia boliviana –oficialmente creada en 1992- se identifica como la “capital boliviana del café” y así lo pregona, con letras doradas, un escudo de cemento en el arco de la plaza. En el centro, la estatua dorada de un Simón Bolívar inquietantemente pequeño se levanta entre bancas protegidas por enredaderas de flores, como reservados de discoteca, y puestos de raspadillos donde icebergs enanos sucumben ante los 35 grados de temperatura.

Estamos en Caranavi, capital de la provincia del mismo nombre. Aquí los montes acolchados de sembradíos de los yungas se aplanan hasta convertirse en praderas subtropicales que más adelante se harán selva herida por ríos inmensos de nombres antiguos. Estamos en Caranavi y huele a café.